domingo, 30 de agosto de 2009

HOMENAJE AL POETA ANDRES ALENCASTRE GUTIERREZ, KILLKU WARAKA EN EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO



DR. ANDRES ALENCASTRE GUTIÉRREZ
“KILKU WARAK’A”
HARAWIQ APU HAMAUT’A
CENTENARIO DE SU NACIMIENTO
1909 – 2009
HOMENAJE
Teatro Municipal del Cusco, 17 de abril, 7 pm

Escribe Julio Antonio Gutiérrez Samanez

Todavía resuenan en mis oídos las melodías y arpegios de tu quena india, cuando te oí tocar a dúo con tu amigo el Dr. Rafael Lechuga, lloraban las flautas alternando gemidos y taladrando el alma, para producir en la alquimia secular indescifrable un retorno ritual a la matriz de la cultura americana, a los andes infinitos, a las cumbres solitarias, al majestuoso vuelo del cóndor.
Así, aun niño, al escucharte, decidí aprender a tañer el humilde instrumento que retrotraía, en fantástico sueño, el esplendor del inkario, cuyo relato leería después en las épicas jornadas de Los Comentarios Reales del Inca Garcilaso.
Escucharte, improvisando alguna canción o algún poema en el idioma nativo que con tanta maestría dominabas, era sentir un sacudón en el alma. Yo aprendí mucho de ti tío Andrés, cuando me obsequiaste una quena y me retaste a armarme de paciencia y disciplina, para aprender la difícil ciencia de este oficio elevado a la cumbre de las artes.
Recuerdo tu risa, tu actitud siempre burlona y sarcástica, tu conversación salpicada de frases quechuas y pensamientos memorables.
En ti reconocí el estro sagrado del poeta, esa sensación entre divina y humana, que hace brotar como manantiales de lágrimas los versos más floridos, las imprecaciones más dolidas, como crepitaciones de fuego sangriento desde el fondo del alma atormentada.

Eras tú, el poeta, que cinceló en versos tallados sobre las roca de granito de los andes congelados, ensalzando níveas nubosidades y purpúreos atardeceres sobre las alturas viriles de los Apus, en los amplios espacios altiplánicos, conversando con sachamachus y pururaukas, genios de nuestra gentilidad andina, en los altares pétreos donde charlabas a viva voz con Pachacamaq Pacha yachachiq, para preguntarle sobre la dimensión inabarcable de los tiempos; para increparle por la liviandad fugaz de la carne y la eternidad del espíritu creativo; las excelencias de la vida y las amarguras y blasfemias de la propia soberbia humana.
Trémulo, con tu corazón vibrante reclamabas a la laguna de Layo por el cadáver perdido de tu padre.
Yo te recuerdo tío Andrés, así como eras, íntegro y gigante crecido sobre el pedestal de tu propia obra inmarcesible; te recuerdo, narrándonos las aventuras de tus viajes por lejanas latitudes, donde esparciste al viento, como filigranas de plata, la semilla labrada de tus versos, en los áridos desiertos de Chile; en los altos de Bolivia, en la vieja Rusia revolucionaria, en las llanuras rumanas e italianas; en los ilustres salones universitarios de París o de Québec, en la vieja, arrogante y avara Europa, que te rindió su elogio generoso para ceñir tus sienes con clásicos laureles.
Yo, vi, también, la cumbre colosal del gran Illimani, y su escolta de blanca pedrería diamantina, a quien cantaste y alcanzaste el dorado Ñucchu para el mejor de los vates andinos. Mi corazón escuchó tu canto de tiempo inmensurable, tus estrofas del bronce de la tierra, tus acentos del quechua imperial fundido de clásica metáfora e incertidumbre.
¿A quien dejaste tu lira inmortal?
¿A quién los arpegios de tu quena?
¿Por qué calló tu voz segada por la triste ignorancia de quienes más amaste?

He subido a la cumbre de esta montaña para conversar contigo, para inquirir tu sabio consejo, en el viento huracanado de esta tarde, entre los riscos alzados y los abismos donde moran cóndores y penates ¿estará todavía tu poesía cincelando chispas de fuego?
Estoy aquí velando vigilante tu última morada, con mi espada de fuego contra tus gratuitos detractores, los inventores de falsos mitos, los que quisieron herir tu memoria, amparados en la cobardía de su mediocridad o su anonimato.

Yo quisiera cantar con el estrépito de tus versos de volcanes crepitantes, como lava ardiente, con versos que harían temblar la tierra, calcinarían las entrañas de Ukupacha en demanda de tu alma, para reivindicarte.

Mientras el frío castiga mis tendones ateridos, tú Hamaut’a, tú harawikuq, harás volar tu alma errante sobre las alas del kuntur, y latirá nuevamente tu corazón palpitante en el pecho del totémico puma de fauces carniceras, al que cantaste y ofreciste tus despojos, en el panteón de los ancestros: el Apu Ausangate, el Apu Wilkamayu, venerada sierpe tutelar que alimenta y nutre nuestras tierras.
Dime Hamauta, ante tus discípulos diseminados como el polen por los vientos, poeta domador de soledades, creador de espacios infinitos, constructor de sueños inalcansables, canciones, dramas y comedias, ¿continuarás cabalgando tu caballo estepario tañendo el charango y el pinkuillu?
Fuiste el C’huku tutelar, luchando el Ch’earaques rituales de la muerte, tú el constructor de pueblos, creador de esperanzas. Indomable creyente de tus sueños construidos con la acerada voluntad de tu porfía.
De tus manos tutelares, nacieron a volar, como flamencos bicolores, pueblos, poemas y canciones desperdigados por el ande.

Recibe Hamaut’a el canto generoso y sincero de tu siembra, el incienso inmaterial de este fuego de recuerdos que te dice:

Kullku Warak’a, Andrés Alencastre Gutiérrez, poeta nacido en las soledosas punas, a orillas del lago de Layo hace cien años, un día como hoy, 18 de abril, en 1909, fue salesiano y cienciano; egresado de las aulas antonianas. Optó a títulos de profesor y doctor en letras, pero fue graduado en la difícil alquimia de crear versos en el idioma mater, con los que rindió su amor ante su amada esposa la señora Julia, quien le brindó un hogar, una hija y tres nietos que perpetuarán su estirpe.
Fue amigo del inmortal José María Arguedas, en el Colegio Pumaccahua de Sicuani. Ejerció el magisterio escolar y universitario, donde sembró su poesía y su canto. Llenó de dramas y comedias el aire de los andes; fue perito en lengua y literatura quechua y, como artista, ejerció la altísima disciplina de la Estética.
Fue co-fundador y presidente de la Academia de la Lengua Quechua y director de su Revista “INKARIMAY”. Fundador y alcalde del Municipio Distrital de Kunturkanqui, en la altiva altura de los bravos K’anas, pueblo andino creado por gestión suya, en los terrenos por él conseguidos, donde antes sólo hubo pajonal y páramo.
Como roja lluvia de kantutas y ñucchus, entregó sus versos como alimento sagrado:
TAKI PARWA; TAKI RURU; YAWAR PARA, QORI HAMANQ’AY.
Y estos versos de oro perdurarán por los siglos de los siglos, como los cantos de Homero o Píndaro; de Darío o de Vallejo; de Borges o de Neruda. Mientras la corrompida carne de sus gratuitos enemigos se trocará en insignificante ceniza olvidada por los tiempos.

Muchos especularon con su muerte sin reparar que fue su paso a la inmortalidad, y que cumplió con sus designios para volar al Hanaqpacha, el olimpo donde moran los dioses de su mundo quechua, en espera de su retorno como el ave fénix, desde sus cenizas; pues ha de volver de sus despojos, como Inkarri.

NOTA. El autor recomienda ver estos links:
http://qu.wikipedia.org/wiki/Andr%C3%A9s_Alencastre_Guti%C3%A9rrez
http://www.caretas.com.pe/2000/1624/articulos/tragedia.phtml
http://www.lenguandina.org/quechua/textos/kiku_w.htm
http://blog.pucp.edu.pe/category/441/blogid/185